¿Qué siente
una madre al dar a luz?
Dolor, mucho dolor. Cuando mi
hijo, luego de un fuerte empujón, salió de mi vientre sentí un alivio. Alivio
de no tener que volver a sentir más ese fuerte dolor. Me equivoqué.
Cuando esperaba en cama muy
cansada a que trajeran a mi bebé me pidieron que lo amamantara, la enfermera me
retorció literalmente los pezones hasta lograr sacar algo de leche, eso dolió
mucho y ese momento pensé “parece que el sentir dolor nunca acaba”. Esta vez no
me equivoqué.
Empezaron los dolores en la
espalda de tanto cargarlo, los dolores en el pecho cada vez que se enfermaba o
le ponían sus vacunas, los dolores de cabeza cuando empezó a ir al nido, los
dolores de bolsillo, los dolores en los ojos de tanto ver dibujos con él,
dolores de garganta de tanto gritar “¡cuidado no toques eso!”, los dolores en
el alma cada vez que otro niño se enfermaba o le pasaba algo, porque cuando
eres mamá de uno eres un poquito mamá de todos.
En fin son tantos los dolores que
uno siente, que te vas haciendo inmune a todo, al frío, al insomnio, a las
crisis económicas, a las crisis existenciales, a los dolores de espalda, a las
enfermedades, pero a lo que nunca te acostumbras es a las lágrimas de tu hijo o
a cualquier dolor, por pequeño que sea, que pudieran causarle.
Hace unas semanas mi hijo me dijo
“No quiero ir al colegio porque nadie quiere ser mi mejor amigo”, me recordó a
cuando hace muchos años atrás mi hermana me contó que mi sobrina se había
puesto a llorar porque una niña no quiso ser su amiga y en ese tiempo sentí
tanta pena e impotencia de que no se pueda obligar a los demás a ser amigo de
alguien que pensé que si tuviera una hija y me pasara lo mismo no lo
soportaría.
Diez años después, estaba protagonizando
la misma escena. Solo le dije que yo si quería ser su mejor amiga y sentí
nuevamente ese dolor en el pecho que él calmó diciéndome “Yo no quiero ser tu mejor
amigo” y lo remató con una hermosa sonrisa.
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