A los dieciseis años todos tus amigos y amigas están de novios o enamorados o con agarres, como quieran llamar al salir con alguien. Y los que no encontrábamos a nuestra media naranja éramos hinchas de la canción de Juan Gabriel: "A mis dieciseis, anhelaba tanto ese amor que no llegó...".
Yo, era una de ellas. Nunca encontré a mi media naranja, nadie insistía tanto como yo quería ni me esperaba lo suficiente, ni me tenían paciencia. Mientras yo quería conocerlos un poco más ellos se aburrían porque querían tener una novia como todos. En fin, no había nadie que valiera la pena.
Entre esas soledades andaba cuando conocí a un compañero de colegio. Mi amiga y yo nos encontrábamos en un aula vacía cuando él entró con su amigo y nos propusieron bailar Saya. Las dos nos reimos pues teniamos dos pies izquierdos, la verdad es que aún lo tenemos.
No aceptamos bailar con ellos en el Festival por el día de la Primavera pero sí aceptamos su amistad. Fueron amigos muy agradables porque ninguno se acercó en plan conquistador, tal vez eso fue lo que más me gustó de nuestra amistad. Él, no era un chico guapo, por lo tanto no me sentí atraida inmediatamente. Sin embargo, conversando era muy agradable.
Pasábamos horas y horas conversando, siempre me buscaba en los recreos para hablar, realmente me gustaba conversar con él. Nunca intentó nada, nunca insinuó nada, pero creo que le gustaba algo aunque tuviera novia.
Lo conocí en quinto año de secundaria, una época en que me hallaba muy triste pues tendría que dejar las aulas y, en mi vacía adolescencia, eso era toda mi vida.
Conocerlo fue salir un poco de la rutina, hablar con él era divertido, creo que algo me entendía.
Me empecé a confundir porque yo sentía que le gustaba; sin embargo, tenía novia y estaba muy enamorado, a veces dejaba de verla por conversar conmigo, claro que toda la conversación giraba en torno a ella.
El último día de clases cuando nos despedimos, me pidió que fuera su pareja de promoción, me inisitió todo el día en eso, pero yo, enemiga total de usar vestidos, lógicamente me negué rotundamente. Era tan amable conmigo que casi acepto, pero pensé que a su novia no le gustaría mucho ver que su novio llevara a la chica con quien la gente empezaba murmurar (cosas falsas por cierto) un supuesto romance. Pero para ser más sincera temí que me dejara de lado una vez que se encontrara con ella.
Él siempre decía que yo era una chica muy linda y que a cualquier chico le gustaría estar con alguien como yo, yo no conocí a ninguno. Cuando conversábamos de las personas que nos gustaban o nos gustaron en su momento, le pregunté si quería a su novia y me dijo con cara de felicidad: ¡Yo la amo!.
Entonces comprendí dos cosas que me han acompañado hasta el día de hoy.
01.- Una persona que no tenga verguenza de sus sentimientos es lo que buscaría en la vida, y;
02.- Nunca sabré qué es lo que en realidad quieren los hombres.
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