Cuando llegué a su casa ya estaba
decidida. Me miró, sonrío y me hizo pasar, creía que esta vez sería una visita
como cualquier otra. Esta vez no era así, hace ya algunos meses que había
dejado de ser así.
Me hablaba sobre sus cosas y me
contaba sus novedades pero yo solo pensaba en cómo empezaría a decirle
todo lo que había practicado decirle cuando estaba a solas. La familiaridad con
la que me hablaba y lo bien que me sentía junto a él me hizo pensar en que tal
vez debería olvidarme el tema. No lo podía hacer.
Él notó mi distancia y me lo hizo
saber, yo no tenía otra opción que terminar con todo lo que me había estado
haciendo mal desde hace unos meses. Él, una vez más trató de defenderse con
mentiras, yo esta vez no quería hacerlo sentir culpable. Dije solo una palabra y
no pudo seguir sosteniendo su mentira, era muy malo con las mentiras cuando se
las descubrían.
Entonces empecé a decir las
palabras más dolorosas para mí pero las que más me han enorgullecido en toda mi
vida, palabras que nadie podría refutar y la conversación se convirtió en un
monólogo:
“He entendido que esto debe
terminar, te mentiría si te digo que es lo que quiero hacer y que me siento
bien. No es lo que quiero pero es lo que debo hacer. Me he dado cuenta que tú
estás buscando algo que yo no te puedo dar, que has llegado a una etapa donde
quieres vivir nuevas cosas y aunque sientas que me quieres no puedes hacer todo
lo que quisieras. Así, solo me siento un obstáculo en tu vida y no puedo seguir
así”.
Mis palabras fluían con lágrimas
en los ojos y hablaba lento muy lento, ya no tenía muchas fuerzas para pelear,
ya solo me quedaba el dolor.
“Creo que nadie es culpable, a
veces así se dan las cosas. Yo podría seguir así contigo pero tú solo estás a
mi lado por pena, te veo inquieto, siento que necesitas estar libre y yo no
puedo permitir que sigas buscando a otra estando a mi lado. No puedo permitir
que nadie me humille de esa manera. También lo hago más por mí que por ti”.
“Seguramente, en unos meses se me
pasará y conoceré a alguien como siempre ha pasado y esto habrá parecido un mal
sueño. Gracias por haberme hecho sentir bien, gracias a tu familia por haberme
acogido tantas veces”.
“Te voy a pedir que no me llames
ni busques, porque no es fácil para mí desligarme de todo esto, por ahora no
podemos ser amigos, solo me haría sentir peor, no quiero enterarme de tus cosas
por ahora. Me tengo que ir a casa, ya dije todo lo que tenía que decir. Gracias”.
Cuando salí de allí, no podía ver
nada, tenía los ojos llenos de lágrimas no quería que él me viera limpiarme los
ojos hasta alejarme de allí. Caminé hasta la esquina, me limpié y esperé el bus
que ese día llegó como si fuera mi cómplice, llegó justo a sacarme de ese lugar
y llevarme muy lejos.
Me senté en el asiento frío y
duro de la línea 46 y lloré mientras veía las calles tan grises como
todo en Lima. Mientras recorría mi ruta pensaba en qué sería de mí ahora, qué
haría sola en una ciudad tan fría, qué haría sin un lugar donde vivir, qué
haría sin dinero. Y todo me pesaba cada vez más en el alma, lo único que no me pesaba era la decisión que tomé.