Esta semana me ha tocado corregir
un libro sobre la depresión y he tenido un flashback de mi adolescencia y
adultez.
Nunca nadie me lo diagnosticó, ni
nadie se dio cuenta de la depresión por la que pasaba y que se estuvo
convirtiendo en una enfermedad crónica.
Cuando cumplí los 15 años, solía
estar muy triste, muy confundida, era normal por la adolescencia pero ya a los
17 y 18 esa tristeza se fue profundizando y lloraba mucho porque no podía
soportar tremendo dolor que me provocaba la soledad.
Según estudios esta enfermedad se
incrementa en los meses de invierno y otoño y con la oscuridad pues el cuerpo
produce una hormona que provoca la depresión. Se me vino a la mente que en
invierno tenía una tristeza que no la podía controlar y me hacía llorar a solas.
No entiendo como nadie se pudo dar cuenta. Además tenía mucho frío y sueño, los
gritos sobre lo floja e inútil que era no me ayudaban mucho. Entonces mi
autoestima se bajó un poco porque en realidad pensaba que era una inútil y
tenía mucho miedo para hacer las cosas.
Sentía mucha frustración pues
debía trabajar y estudiar y no sabía cómo hacerlo. Temía fracasar o que la
gente de riera de mí. Otro síntoma que encontré era mi falta de apetito y mi
delgadez extrema, no podía sencillamente comer por más que quería hacerlo. El
insomnio fue otro síntoma que identifiqué más delante.
Las noches eran más abrumadoras y
largas y simplemente no podía dormir toda la noche y me despertaba muy temprano,
mi mente pensaba más de lo necesario y la tristeza era insoportable.
No me gustaba estar rodeada de
gente prefería estar sola para pensar. Es más detestaba a la gente porque no me
dejaba concentrarme en mis pensamientos, hablaban demasiado y de cosas que no
entendía ni me interesaban. Solo cuando se me acercaban y me hablaban de cosas
que sí me interesaban lograban captar mi atención.
Solo cuando alguien lograba captar
mi atención y me alejaba de mis pensamientos podía sentirme feliz.
Siempre pensaba en morir, era mi
deseo, dejar de existir y salir de todo para siempre. Muchas veces pensé en
cómo sería si me muriera y empezaba a ordenar mis pocas cosas para “heredarlas”.
Muchas veces veía carros conteiner o camiones altos y sentía la necesidad de
lanzarme bajo el carro para demostrar que podría pasar entre ese espacio y ser
más rápida que el carro. También eran pensamientos suicidas que más adelante
descubrí.
A los 21 años, me empecé a cuestionar estos estados depresivos míos.
Me preguntaba qué me faltaba si tenía todo para ser feliz: Tenía una casa, a
mis padres, amigos (pocos pero eran), salud, estudios. Me di cuenta que ya no
era adolescente y que ya no era normal esos estados. Y me propuse a mí misma cambiar
de actitud, ser más positiva y acudir a un psicólogo.
Cuando quise sacar una cita para
psicología me cortaron el seguro universitario. Entonces me quedó el plan B,
hacerlo por mí misma.
Luego de unos meses me di cuenta
que lo estaba logrando, que mi cambio de actitud hacia la vida estaba dando sus
frutos, ya comía de manera normal y me sentía feliz.
Poco a poco se fueron dilatando
los insomnios y las ganas de llorar, las tristezas de invierno, los
pensamientos suicidas, empecé a ganar peso y cuando menos lo pensé ni siquiera
los verdaderos motivos de tristezas volvieron a sumirme en una depresión.