Hoy me levanté mamá, y pensé que en ti… me di cuenta que deseas más cosas de las que yo puedo ofrecerte, aunque no pidas nada material.
No puedo saludarte tres o cuatro veces al día cuando estoy en el trabajo y a pesar que nunca te molestas, me causa incomodidad no poder hacerlo. Aunque sólo te conformes con un “Hola”.
Mamá, no puedo visitarte todo los fines de semana, yo tengo una vida y son mis únicos días libres. Y los quiero disfrutar. Aunque sepa que sólo te bastaría una llamada avisando para que estés tranquila.
No puedo cambiar todos mis planes de un día para otro, sólo porque se te ocurrió venir a visitarme mamá. Sé que nunca me pedirías eso, pero me causa malestar. Sé que estarías feliz cocinando en casa para mí aunque yo no esté, pero mi conciencia no me dejaría estar en paz.
¡Ay mamá! ¿Te das cuenta cuántas cosas pides a cambio? Date cuenta que saludarte, llamarte, recibirte en casa, visitarte es algo… tan simple.
Perdón mamá, por no darte aquellas cosas que no me cuestan nada. Por no darte aquellas cosas que a las amistades y parejas regalamos a diario. Perdón por sentir que darte esas cosas tan pequeñas y simples son toda una pérdida de tiempo. Perdón mamá por no entender lo que sientes ahora, que terminó tu rol de madre y que has hallado tanto tiempo vacío que ya no sabes qué hacer sin hijos a quién cuidar.
Ni siquiera podría decirte que he aprendido la lección, sólo te puedo decir que he aprendido lo injusto que somos los hijos.